lunes, 28 de abril de 2014

EL FIN DEL MUNDO COLONIAL I


Lee con atención los siguientes textos, labora un esquema con las ideas principales a colocar en el test final:


“..No obstante, pronto se hizo evidente que el propósito de Japón no era hermanar a los pueblos asiáticos; sencillamente, los japoneses concebían un nuevo mundo en el que la hegemonía de Occidente fuera sustituida por la de otro pueblo superior: el suyo. Japón tenía planes ambiciosos de colonizar sus territorios recién conquistados y sus futuras posesiones. En 1950, según el pronóstico del Ministerio de Salud y Bienestar de Tokio, el 14 por 100 de la población de Japón estaría poblando los lugares colonizados: 2,7 millones en Corea, 400 000 en Formosa, 3,1 millones en Manchuria, 1,5 millones en China, 2,38 millones en otros satélites asiáticos, y dos millones en Australia y Nueva Zelanda.
A ninguno de estos inmigrantes se les permitía casarse con los lugareños, para evitar que la raza superior Yamato se disolviera. Los británicos, franceses y holandeses tenían mucho de lo que avergonzarse en cuanto a su comportamiento con los pueblos que habían colonizado en Asia. Sin embargo, nada de lo que habían hecho igualaba remotamente los extremos y la crueldad asesina de los imperialistas japoneses. Se mantenía una segregación rígida respecto a toda la población local, excepto las «mujeres de solaz». El capitán Renichi Sugano, ingeniero del ejército estacionado en el gran puerto de Haiphong, en Indochina, declaraba: «No sentía que estaba en un país extranjero, porque vivía íntegramente rodeado de japoneses. Incluso cuando salíamos del puerto para adentrarnos en la ciudad, comíamos en restaurantes y cafés japoneses, o en los clubes de oficiales». Los líderes de la nación urgían a los japoneses a pensar que ellos eran «minzoku»: «el pueblo más avanzado del mundo». En 1940, el profesor Chikao Fukisawa, de la Universidad de Kioto, escribió un panfleto en el que afirmaba que el emperador era la encarnación de una energía vital cósmica y que Japón era la verdadera cuna de la civilización. El gobierno mandó traducir y distribuir esta tesis para ilustrar a los hablantes de inglés...”

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“...Solo los imperativos políticos de mayor peso a nivel mundial lograron persuadir a los Estados Unidos de que colaboraran con los británicos en la guerra de Japón. Difícilmente podemos exagerar el clima de sospecha mutua y el antagonismo que embargo, no tenían claros sus propósitos políticos ni los medios militares que iban a emplear. Los poemas de Kipling, el glorioso Raj indio, la riqueza y el prestigio que las posesiones en Oriente habían otorgado a Gran Bretaña, habían imbuido de un sentimiento apasionado a los viejos imperialistas, entre los cuales se encontraba el primer ministro. Estos anhelaban recuperar el antiguo régimen, aunque algunos hombres más jóvenes comprendieron que los cambios sufridos a raíz de la guerra, especialmente de los triunfos japoneses de 1941-1942, eran irreversibles. No obstante, los que veían la situación con más claridad no estaban al mando..."
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“...La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que era la organización estadounidense encargada de las operaciones secretas y tenía misiones en la India y el sudeste de Asia, era rabiosamente anticolonialista. Los oficiales de la OSS informaron a Washington —y no se equivocaban— de que muchos indios tenían a Subhas Chandra Bose en muy buena consideración. El líder nacionalista estaba ayudando a los japoneses a crear un «ejército nacional indio», formado por prisioneros de guerra, para luchar contra los británicos. Incluso el gobernador de Bengala, Richard Casey, escribió en 1944 que no percibía ningún entusiasmo por la guerra entre sus gentes: «habría que tener valor para decir que la mayoría de los indios quiere seguir formando parte de la Commonwealth británica».
Unos 23 000 nacionalistas chinos fueron transportados por aire hasta la India, al otro lado del Himalaya, para ser entrenados por los estadounidenses. Ellos también estaban consternados por sus encuentros con el imperialismo. Wen Shan, por ejemplo, entró en un bar de Calcuta con un grupo de camaradas para tomar algo. Los soldados británicos gritaron «¡fuera, fuera!». Wen recordaba el incidente más adelante: «Intentamos decirles que éramos soldados como ellos, pero no quisieron escucharnos. Una vez vi a un soldado británico dar una paliza a un indio en un puente, en Hooghly. Era la misma forma en que yo había visto tratar al pueblo chino por parte de los soldados japoneses»...”
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“...A pesar de ello, a Wu le afligía la pobreza que veía a su alrededor, que le parecía todavía más extrema que la de China, y el comportamiento de los británicos hacia los indios: «Algunos británicos llegaban a pegarles —decía sorprendido—. Les trataban como a animales». John Leyin, del «East End» de Londres y tripulante de un tanque británico, se sintió asqueado ante el espectáculo de dos soldados británicos agitando lonchas de panceta ahumada desde la ventana de un tren, burlándose de los transeúntes indios. Si bien tal comportamiento no representa toda la realidad del Raj, sí que refleja la impresión que se llevaron muchas personas de fuera, especialmente los estadounidenses y los chinos, que entonces veían la India por primera vez....”

Pasaje de: Hastings, Max. “Némesis. La derrota del Japón 1944-1945.” 

“...Los avances de los japoneses causaron pánico entre los colonos europeos, que pusieron en práctica el «sálvese quien pueda». Se sacrificaron perros y caballos y se liberaron aves cautivas cuando sus propietarios huyeron desordenadamente ante la llegada de los japoneses. También hay constancia de traiciones personales. Leslie Froggatt, de Singapur, confesaba:

Traicioné a mi jardinero malayo. Cortaba los setos, regaba las flores, cuidaba el césped de la pista de tenis y recogía las hojas caídas. Traicioné a mi gorda y redondita amah, que me quería y me entretenía con su buen humor. Traicioné a Hokkien, mi cocinero, que tenía esposa y cuatro hijos preciosos a los que siempre llevaba  bien vestidos gracias al dinero que yo le pagaba. Traicioné al «Viejo leal», nuestro chico número dos, que no hablaba una palabra ni de inglés ni de malayo y rondaba descalzo y silencioso por la casa. […] Traicioné al caddie que llevaba mi bolsa, recogía las pelotas y siempre me apoyaba apostando por mí en el juego.

Cuando las tropas japonesas entraron en Singapur, a principios de 1942, adelantaron dos horas los relojes imponiendo la hora de Tokio y pasaron al año 2602 que marcaba el calendario nipón. Llevaron a cabo cambios que trastornaron de forma aún más esencial el cosmos de muchos asiáticos. Las damas y caballeros europeos, que no habían sido detenidos, se vieron obligados a pagar en efectivo y a hacer cola ante las tiendas en vez de firmar un recibo o mandar a un «chico» (el calificativo habitual para los sirvientes aunque tuvieran canas) a hacer la compra. Los súbditos asiáticos de los gobiernos coloniales vieron, por primera vez en sus vidas, cómo el hombre blanco se degradaba en la suciedad, con los brazos levantados, o barría las calles de mala gana. Si desobedecían les pegaban o les cortaban la cabeza con una espada de “samurái, empuñada por conquistadores que se consideraban los liberadores de Asia.
Los japoneses gritaban en masa «¡Banzai!» cuando desfilaban o se reunían. Despojar a los prisioneros de sus cabezas era un deporte de competición entre sus oficiales, cuyos modales bruscos recordaban a óperas clásicas con las que estaban muy familiarizados el resto de los asiáticos. Los soldados europeos y neozelandeses (la mitad de los defensores de Singapur eran indígenas y muchos de los blancos eran australianos) parecían desaliñados y poco activos, incluso antes de su colapso moral debido a la derrota y el calor.
La rendición de 85.000 británicos y neozelandeses ante 36.000 japoneses liderados por el general Yamashita Tomoyuki en Singapur, en febrero de 1942, fue una humillación. Una cantante de ópera, esposa del almirante británico que supervisaba los muelles, escribió en su diario mientras los proyectiles japoneses pasaban por encima de su cabeza: «¡Confiamos tan poco en las potencias aquí presentes! ¡Esto es una tragedia!»..."
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“Los japoneses respondieron que los pueblos que formaran parte de su Modelo de Co-Prosperidad de Asia Oriental «tendrían el lugar que les correspondía y podrían hacer gala de su auténtico carácter en el seno de un orden de co-prosperidad y coexistencia basado en principios éticos y con Japón como núcleo». Los japoneses concedieron la independencia a Birmania en 1943, ofrecieron lo mismo a Filipinas un año después y luego emprendieron una exitosa campaña propagandista para conquistar «corazones y mentes» en Malasia, una estrategia que habían probado durante el enfrentamiento con Kim Il Sung ..."

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“...Los japoneses distinguían entre lo que denominaban «la ley de ramas y hojas», es decir, las necesidades del día a día de los insurgentes envueltos en la lucha, y «la ley de las raíces», una metáfora que hacía referencia a aquellos asuntos políticos y sociales fundamentales a los que convenía hacer frente. La política seguida por Japón en China incluía el minshin haaku: ganarse la estima de las gentes. No se trataba de mera propaganda, pues se esforzaron por reducir los vínculos feudales, proveían a los campesinos de herramientas y semillas y, sobre todo, se aseguraban de asentar gobiernos competentes, en un país donde se elegía y ascendía a los funcionarios por su caligrafía. Los oficiales japoneses sabían que el «arma secreta» del Imperio británico era la eficacia de su administración, a la que querían emular. También aprovecharon el legado de los europeos en incitar al consumo de opio para corromper y pacificar a la población.
Aunque tenían en gran estima sus antiguos valores paternalistas, los japoneses movilizaron a las poblaciones mediante técnicas modernas que, en su opinión, habían castrado metafóricamente al colonialismo occidental. Las películas de propaganda japonesas mostraban grandes triunfos militares, con barcos en llamas en Pearl Harbor y desfiles de tropas victoriosas en Rangún o Singapur. Cuando Chiang llegó a controlar gran parte de China, tras la capitulación japonesa, popularizó el ideario del Kuomintang (KMT) —el partido nacionalista chino— con ayuda de las imprentas que los japoneses habían creado en todas las grandes ciudades de China[10].
Algunos comandantes japoneses, conscientes de la importancia de hacerse con el apoyo popular en medio de una campaña contrainsurgente, vieron con gran pesar cómo la preponderancia de una ética exclusivamente militar obstaculizaba la eficacia de estos programas que sacaban adelante civiles; las bayonetas eran más conspicuas que la mano amiga...”


Pasaje de: Burleigh, Michael. “Pequeñas guerras, lugares remotos.” 



“Los imperios decimonónicos se desarrollaron contra el telón de fondo de los cambios mencionados en capítulos anteriores: la industrialización, las revoluciones liberales y el surgimiento de los estados-nación. Estas variaciones transformaron Europa, y también el imperialismo europeo. En primer lugar, la industrialización creó nuevas necesidades económicas de materias primas. En segundo lugar, la industrialización, el liberalismo y la ciencia forjaron una concepción distinta del mundo, de la historia y del futuro. Una característica particular del imperialismo decimonónico consistió en el convencimiento europeo de que el desarrollo económico y los avances tecnológicos llevarían el progreso de manera ineludible al resto del mundo. En tercer lugar, sobre todo en el caso de Gran Bretaña y Francia, las potencias imperiales del siglo XIX también eran en principio naciones democráticas, donde la autoridad gubernamental se basaba en el consentimiento y la igualdad de la mayoría de los ciudadanos. Esto dificultó la justificación de las conquistas y la subyugación, y planteó cuestiones cada vez más espinosas sobre la condición de los pueblos colonizados. Los imperialistas del siglo XIX aspiraron a distanciarse de historias de conquistas pasadas. No hablaban de captar almas para la Iglesia o súbditos para el rey, sino de la construcción de vías férreas y puertos, del fomento de reformas sociales y la consecución de la misión europea secular de civilizar el mundo.
Sin embargo, los aspectos «nuevos» del imperialismo decimonónico resultaron asimismo de los cambios y acontecimientos acaecidos fuera de Europa. La resistencia, la rebelión y el reconocimiento de los errores coloniales obligaron a los europeos a desarrollar estrategias de gobierno distintas. La Revolución haitiana de 1804, reproducida por las rebeliones esclavas de comienzos del siglo XIX, obligaron a británicos y franceses a acabar, de manera lenta, con el comercio de esclavos y la esclavitud en sus colonias entre las décadas de 1830 y 1840, aunque aparecieron otras formas de trabajos forzados para reemplazarlos. El ejemplo de la Revolución americana instó a Gran Bretaña a otorgar el autogobierno a los estados de colonos blancos de Canadá (1867), Australia (1901) y Nueva Zelanda (1912). En la India, como se verá, los británicos respondieron a la rebelión retirándole el territorio a la Compañía de las Indias Orientales y doblegándolo al control de la corona, la cual requirió servidores civiles para recibir un entrenamiento mayor y sometió a la población indígena a una vigilancia más estrecha. Casi en todas partes, los imperios del siglo XIX establecieron cuidadosos códigos de jerarquías raciales para organizar las relaciones entre europeos y distintos grupos indígenas. (El apartheid de Sudáfrica no es más que un ejemplo). En general, el imperialismo del siglo XIX guardó menos relación con una actividad «empresarial» independiente practicada por mercaderes y comerciantes (como la Compañía Británica de las Indias Orientales), y más con la «colonización y la disciplina». Esto convirtió el imperio en un vasto proyecto que implicó legiones de  administradores, docentes de escuelas e ingenieros. El imperialismo del siglo XIX, pues, surgió por otros motivos. Generó formas nuevas de gobierno y gestión en las colonias. Y, por último, creó nuevas modalidades de interacción entre europeos y pueblos autóctonos.”

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“la Gran Rebelión de 1857. El levantamiento comenzó cerca de Delhi, cuando el ejército disciplinó a un regimiento de cipayos (el término tradicional que empleaban los británicos para designar a los soldados indios) por negarse a usar cartuchos de rifles lubricados con grasa de cerdo (algo inaceptable tanto para hindúes como para musulmanes). Pero, tal como observó el primer ministro Disraeli con posterioridad, «el declive y la caída de los imperios no son una cuestión de cartuchos engrasados». Las causas del motín fueron mucho más profundas y guardaron relación con reivindicaciones sociales, económicas y políticas. Campesinos indios atacaron tribunales de justicia y quemaron registros fiscales en protesta por las deudas y la corrupción. En regiones como Oudh, anexionada recientemente, los rebeldes defendieron a sus líderes tradicionales, depuestos de manera fulminante por los británicos. Los oficiales del ejército procedentes de castas privilegiadas se quejaron del trato arbitrario que recibían por parte de los británicos; primero los habían ascendido como aliados leales, pero después los habían obligado a servir sin lo que ellos consideraban títulos y honores. El motín se difundió por grandes extensiones del noroeste de la India. Las tropas europeas, inferiores a la quinta parte de los alzados en[…]”

Pasaje de: Judith G. Coffin & Robert C. Stacey. “Breve historia de occidente.” 




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