martes, 8 de abril de 2014

DILEMAS DE LA GUERRA CIVIL IV: EL ANARQUISMO EN ESPAÑA



Realiza la lectura de estos textos:



“El cuerpo doctrinal Las cosas como fueren, no parece difícil establecer los elementos principales que moldearían el cuerpo doctrinal del anarquismo. Los mencionaré: el rechazo de todas las formas de autoridad y explotación, y entre ellas las que se articulan alrededor del capital y del Estado, la defensa de sociedades asentadas en la igualdad y la libertad, y la postulación, de resultas, de la libre asociación desde abajo.” “Los anarquistas han mostrado de siempre un manifiesto recelo ante los programas cerrados que tanto gustan a quienes por lo común no han sacado nunca adelante programa alguno o, más aún, han violentado éste desde partidos e instituciones. Tampoco arrastran ninguna pretensión de construir una teoría científica, toda vez que acatar esta última acarrea, en un grado u otro, aceptar también una autoridad que se encarga de gestionarla. En este orden de cosas el anarquismo es más bien, como lo sugiere a menudo en sus textos David Graeber, un impulso inspirador y creativo[4] que procura preservar —agregaré— una actitud abierta ante la diversidad y la diferencia —aun a sabiendas de lo complicado que es imponer la no imposición—, y al respecto recela de las normas de aplicación universal.” (...) “Significativo es, en fin, que la mayoría de los teóricos del anarquismo español —obviemos las excepciones de Tarrida del Mármol, Salvochea, Mella, Puente, Abad de Santillán y los integrantes de la familia Urales— fuesen obreros autodidactos.” “Es verdad que a la hora de conformar el cuerpo doctrinal del anarquismo no han faltado escuelas y corrientes. Hay anarquistas individualistas como los hay —la mayoría: mutualistas, colectivistas, comunistas…— que no lo son, hay anarquistas que se reclaman del pueblo en general como los hay que vinculan sus reivindicaciones con un grupo humano singularizado, hay anarquistas que otorgan rotunda prioridad al trabajo sindical como los hay que recelan de éste, hay anarquistas pacifistas como los hay que no lo son tanto, hay anarquistas que se adhieren a una modulación doctrinal del discurso correspondiente como los hay que beben de una vena obrerista o se vinculan con el mundo de la contracultura, y hay, en fin, y me acogeré a una categorización que ha alcanzado algún eco, anarquistas con A mayúscula los que no se habrían integrado en ninguna de las corrientes existentes —como los hay con a minúscula se vincularían con alguna de ellas—. La circunstancia que me ocupa dificulta, claro, la tarea de una crítica cabal del anarquismo, toda vez que los eventualmente afectados pueden no sentirse aludidos por ella.” “Dejaré claro desde este momento que, aunque la lectura de Bakunin, Kropotkin y Malatesta me parece muy recomendable, me interesa más el horizonte mental, no identitario, que se vincula con el significado —admitiré que discutible— que atribuyo al adjetivo libertario. Me interesan más, en otras palabras, las organizaciones y las gentes que se ajustan a lo que invoca ese adjetivo que las organizaciones y las gentes que se adhieren puntillosamente al canon anarquista, en el buen entendido de que estimo que estas últimas las más de las veces operan, de manera venturosa, de forma no estrictamente doctrinal e identitaria. Dicho sea en otros términos: creo firmemente que, con arreglo a mi distinción terminológica, no todos los libertarios son al tiempo anarquistas, pero son manifiesta mayoría los anarquistas que, por lógica y por consecuencia, asumen las reglas del juego de la práctica libertaria.” “Nuestros libertarios tuvieron, claro, sus defectos. Si entre ellos operó a menudo una vanguardia alejada de una base apática, la falta de planes serios sobre el futuro y las contradicciones en lo que atañe a la participación en el juego político se sumaron con frecuencia a una estéril gimnasia revolucionaria y, con ella, a una violencia gratuita. Nada de lo dicho invita a soslayar, sin embargo, los enormes méritos de un movimiento que dignificó a la clase obrera, desplegó un igualitarismo modélico en provecho de los más castigados, creció sin liberados ni burocracias, aportó eficaces instrumentos de resistencia y presión, desarrolló activas redes en “forma de granjas, talleres y cooperativas, desplegó audaces iniciativas educativas y culturales, y mostró, en fin, en condiciones infames, una formidable capacidad de movilización. La CNT fue, por añadidura, un agente vital para frenar, en julio de 1936, el alzamiento faccioso, protagonizó en lugar prominente, en los meses siguientes, una experiencia, la de las colectivizaciones, que bueno sería llegase a conocimiento de nuestros jóvenes y padeció una represión salvaje por parte del régimen naciente. Varios libros de recomendabilísima lectura —La cultura anarquista a Catalunya de Ferran Aisa, ¡Nosotros los anarquistas! de Stuart Christie, Venjança de classe de Xavier Diez, La lucha por Barcelona de Chris Ealham, Anarquistas de Dolors Marin y La revolución libertaria de Heleno Saña[45]— recuperan ese mundo de ebullición social y lucha permanente. “Volveré, con todo, a lo del discurso oficial, siempre vinculado con un lamentable ejercicio de presentismo: lo que ocurrió tiempo atrás se juzga sobre la base de los valores que —se supone— son hoy los nuestros. Nada más sencillo entonces que olvidar las condiciones extremas que, en lo laboral y en lo represivo, se hicieron valer en el decenio de 1980, como nada más fácil que homologar la violencia del sistema con la de quienes la padecían. Nada más razonable que dar por demostrado el talante reformista de la segunda república —¿de trabajadores?—, olvidando en paralelo la represión a la que se entregó —no sólo durante el bienio negro—, el incumplimiento sistemático de las leyes aprobadas y, tantas veces, la aceptación callada de muchas de las reglas del pasado. Desde la comodidad del presente nada más lógico, en fin, que oponer a sindicalistas buenos y anarquistas malos mientras se enuncian rotundas certezas en lo que se refiere a la condición venturosa de la participación de la CNT en el juego político tradicional, se estigmatiza como anacrónico y deleznable todo lo que oliese a revolución social, y se convierte a los libertarios en responsables mayores de los problemas de la república.” “«La policía republicana es como la monárquica, de la misma manera que la tiranía republicana es igual que la de la monarquía. La policía no ha cambiado; nunca cambiará. Su misión era, es y seguirá siendo la persecución de los trabajadores y de los pobres», rezaba en 1932, con impecable lucidez, un editorial de Solidaridad Obrera[49].” Pasaje de: Taibo, Carlos. “Repensar la anarquía.”



 “La cultura de clase obrera justificaba sin problemas la violación de la ley para llegar a fin de mes, ese «crimen económico» o «social», definido a menudo por los criminólogos como «crimen sin víctimas». Esta actitud recibió un nuevo impulso después de la Primera Guerra Mundial, cuando la cultura obrera de los artesanos, más respetable, dio paso a una cultura proletaria más dura. A partir de entonces, un estrato de la clase obrera local, fluctuante pero siempre grande, que a duras penas podía vivir con un salario de subsistencia, fue aceptando en su código moral estas prácticas ilegales. En términos normativos, los obreros peor pagados podían justificar fácilmente la apropiación de la propiedad de sus patronos como «beneficio adicional» o compensación por su escasa paga; de igual forma, es probable que los frecuentes robos a mano armada a recaudadores de impuestos y de alquileres preocupasen muy poco a los trabajadores. Además, estas prácticas raramente afectaban a la clase obrera, dado que se trataba esencialmente de una «clase sin bienes»  (...) A la inversa, las tendencias excluyentes de los barris, como el ostracismo al que se condenaba a aquellos que atentaban contra los principios comunitarios, se aplicaban también a los «esquiroles». De esta forma, las tradiciones independientes de los barris contribuyeron a la definición del modus operandi de la CNT. Pese a que el crecimiento de la organización sindical trajo consigo una cultura de protesta más «moderna» y disciplinada, los anarcosindicalistas desarrollaron un amplio «repertorio de acciones colectivas» que acomodaban muchas de las estrategias de «autoayuda» desarrolladas en los barris. Firmes partidarios de la auto-expresión espontánea de las masas, y completamente opuestos a los socialistas, que hacían una distinción clara entre lo revolucionario y lo «criminal», los libertarios resaltaban el derecho inalienable de los pobres y necesitados a proteger su existencia, el «derecho a la vida», por cualquier medio que tuvieran a su alcance, legal o ilegal. También apoyaban los actos ilegales de carácter popular, como comer sin pagar en los restaurantes, actividad habitual entre parados y huelguistas[63]. Al mismo tiempo, la Confederación buscaba refinar la protesta urbana popular: mientras que con las movilizaciones callejeras, generalmente espontáneas, se lograba el control temporal de las calles, la CNT[…]” Pasaje de: Ealham, Chris. “La lucha por Barcelona.” 

ENLACES:

No hay comentarios:

Publicar un comentario