jueves, 20 de marzo de 2014

PHILIP CAPUTO, UN RUMOR FAMILIAR DEL SIGLO XX.

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Tras servir en los Marines durante la Guerra de Vietnam, Philip Caputo trabajó durante seis años en el Chicago Tribune. En 1972 ganó el Premio Pulitzer por una serie de reportajes sobre un fraude electoral en Chicago. En 1975 resultó herido en Beirut y durante su convalecencia completó elmanuscrito de UN RUMOR DE GUERRA, qu e se publicaría siendo su autor corresponsal del Tribune en Moscú. En 1977, Philip Caputo abandonó el periodismo para centrarse en sus novelas.

De Un rumor de guerra son estas líneas:

“A los veinticuatro años, estaba más preparado para la muerte que para la vida. Mi primer contacto con el mundo, fuera de las aulas, había sido la guerra. De la universidad pasé directamente al Cuerpo de Infantería de Marina, de Shakespeare al Manual of Small-Unit Tactics (Manual de tácticas para unidades pequeñas), del campus al campamento de instrucción y, por último, a Vietnam. Aprendí el asesino oficio en Quantico, Virginia; lo practiqué en los arrozales y las selvas de los alrededores de Danang y se lo enseñé a otros en Camp Geiger, base de entrenamiento situada en Carolina del Norte.
En 1967, cuando concluyó mi enganche de tres años, ignoraba prácticamente por completo las cuestiones referentes a la vida común, el matrimonio, las hipotecas y el ejercicio de una carrera. Tenía un título, pero ninguna capacidad. Jamás había dirigido un despacho, dado una clase, construido un puente, ni hecho una soldadura, programado una computadora, apilado ladrillos, vendido algo ni manejado un torno.”


“Regresé de la guerra con la extraña sensación de que me había vuelto mayor que mi padre, que entonces tenía cincuenta y un años. Era como si todos los posibles aconteceres de una vida se resumieran en un año y medio. En Vietnam, un hombre veía las cimas y los abismos del comportamiento humano, violencias y horrores tan grotescos que provocaban más fascinación que repugnancia. En cierta ocasión había visto a los cerdos comerse cadáveres carbonizados por el napalm: un espectáculo memorable, los cerdos comiendo gente asada.”

“Pero los cambios más significativos no eran los físicos. Habíamos ganado confianza en nosotros mismos, nos habíamos vuelto orgullosos, algunos hasta la arrogancia. Habíamos adquirido las virtudes militares de valor, lealtad y espíritu de cuerpo, aunque a costa de la capacidad de sentir compasión. Existían otras alteraciones. En mi caso, correspondían al modo como enjuiciaba el mundo que me rodeaba. Un año antes, habría visto el campo ondulado de Virginia con los ojos de un estudiante de literatura al que le gustaba leer a los poetas románticos. Ahora tenía la visión más clara y pragmática de un oficial de infantería. Para mí, el paisaje ya no era un escenario sino terreno y lo juzgaba por sus valores tácticos más que estéticos. Puesto que constantemente me habían instruido para que buscara abrigo y escondite, en una extensión de terreno que a un civil le habría parecido totalmente llana, yo distinguía en ella depresiones y pliegues. A la vista de una colina —«terreno alto»—, automáticamente comenzaba a planificar cómo atacarla o defenderla, y mis ojos buscaban avenidas de acceso y campos de fuego. Para mí, un bosque carecía de belleza pintoresca. Más bien planteaba una amenaza potencial. Si penetraba en uno[…]”

Pasaje de: Caputo, Philip. “Un rumor de guerra.” NEDITA EDITORES




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