jueves, 27 de marzo de 2014

EL BERLÍN NEGRO DE PHILIP KERR



Violetas de marzo. Original en 1989

Es una novela del autor escocés Philip Kerr. Primera de una trilogía conocida como Berlin Noir protagonizada por el detective privado Bernhard "Bernie" Gunther en el Berlín del apogeo y declive nazi. 

SINOPSIS

Berlín 1936. Bernie Gunther es un detective privado, ex-policía de la Kripo, especializado en la localización de personas desaparecidas, sobre todo judíos; un trabajo bastante lucrativo en una Alemania que, en pleno apogeo del nazismo, se prepara para albergar los Juegos Olímpicos y de manera más discreta para una posible guerra. Años atrás, en el frente turco durante la I Guerra Mundial, Gunther consiguió la Cruz de Hierro y más tarde, en su etapa como policía, obtuvo cierta notoriedad cuando resolvió el caso de un estrangulador llamado Gormann.
En Violetas de marzo Gunther es contratado por un importante empresario del acero que le encarga una doble misión: descubrir al asesino de su hija y su yerno (un alto cargo de las SS), y recuperar un collar de diamantes robado durante el asesinato. 
"Violetas de marzo" era el término que los primeros nazis utilizaban para referirse a los advenedizos que se habían unido posteriormente al Partido Nazi.“

Fragmentos de la novela:

<<...— ¿Es usted Gunther, el detective?
— Exacto —dije—, y usted debe de ser… —fingí leer su tarjeta— el doctor Fritz Schemm, abogado alemán.
Pronuncié «alemán» con un énfasis deliberadamente sarcástico. Siempre he odiado esa palabra en las tarjetas y en los letreros por lo que sugiere de respetabilidad social; y todavía más ahora cuando —por lo menos, en lo que se refiere a los abogados— es algo redundante, ya que a los judíos se les prohíbe la práctica de la abogacía. Yo no me describiría como «investigador privado alemán» más de lo que me llamaría «investigador privado luterano» o «investigador privado antisocial» o «investigador privado viudo», aunque sea, o haya sido en algún momento, todas estas cosas (ahora no se me ve mucho por la iglesia). Es verdad que muchos de mis clientes son judíos. Trabajar para ellos es muy rentable (pagan a tocateja), y siempre se trata de lo mismo: personas desaparecidas. Los resultados son también casi siempre los mismos: un cuerpo arrojado al canal Landwehr por cortesía de la Gestapo o de las SA; un suicidio solitario en una barca en el Wansee, o un nombre en una lista policial de condenados enviados a un KZ, un campo[…]”

Pasaje de: Kerr, Philip. “Violetas de marzo.” 

“Berlín. Yo adoraba esta vieja ciudad. Pero eso fue antes de que se mirara en su propio reflejo y le diera por llevar unos corsés tan ajustados que apenas podía respirar. Yo adoraba las filosofías fáciles y despreocupadas, el jazz barato, los cabarés vulgares y todos los demás excesos culturales que caracterizaron los años de Weimar y que hicieron de Berlín una de las ciudades más apasionantes del mundo.
Detrás de mi oficina, hacia el sudeste, estaba la Comisaría Central de Policía, y me imaginé todo el duro trabajo que se estaría llevando a cabo allí para tomar enérgicas medidas contra la delincuencia de Berlín. Infamias como hablar del Führer de forma irrespetuosa, exhibir un cartel de «Agotadas las existencias» en el escaparate de una carnicería, no hacer el saludo hitleriano y ser homosexual. Eso era Berlín bajo el gobierno nacionalsocialista: una casa enorme y llena de fantasmas, con rincones oscuros, escaleras tétricas, sótanos siniestros, habitaciones cerradas y toda una buhardilla llena de poltergeists sueltos, arrojando libros, cerrando puertas de golpe, rompiendo cristales, gritando en medio de la noche y aterrorizando a los propietarios hasta tal extremo que había veces que estaban dispuestos a vender su casa y escapar[…]”

Pasaje de: Kerr, Philip. “Violetas de marzo.” 




“Al dispararse la pistola, Jesse Owens se lanzó con una buena salida, y en los primeros treinta metros fue impulsándose sin esfuerzo hasta tomar una clara delantera. En el asiento de mi lado, la matrona estaba en pie de nuevo. Se había equivocado, pensé, al describir a Owens como una gacela. Al observar cómo el negro, alto y grácil, aceleraba por la pista, convirtiendo en objeto de mofa todas las estúpidas teorías de la superioridad aria, pensé que no era nada más que un hombre, para el cual todos los demás hombres resultan sólo una molesta incomodidad. Correr como él corría era el significado de la tierra, y si alguna vez existía una raza superior, con seguridad no iba a excluir a alguien como Jesse Owens. Su victoria levantó una tremenda ovación de la multitud alemana y pensé que era consolador que la única carrera por la que gritaban fuera la que acababan de ver. Quizá, pensé, después de todo Alemania no quería ir a la guerra. […]”



Pasaje de: Kerr, Philip. “Violetas de marzo.”

“Dachau está situado a unos quince kilómetros al noroeste de Munich. Alguien en el tren me dijo que era el primer campo de concentración del Reich. Esto me pareció muy apropiado, dada la fama de Munich como cuna del nacionalsocialismo. Construido en torno a los restos de una antigua fábrica de explosivos, se levanta como una anomalía cerca de tierras de cultivo en el agradable campo bávaro. En realidad, el campo es lo único agradable en Baviera. La gente no lo es, con toda seguridad. Estaba seguro de que Dachau no iba a decepcionarme en ese aspecto ni en ningún otro. En Columbia Haus decían que Dachau era el modelo para los campos posteriores; que incluso había una escuela especial allí para preparar a los hombres de las SS para que fueran más brutales. No mentían.
Nos ayudaron a bajar de los vagones por medio de las botas y culatas de rifle habituales y nos llevaron hacia el este hasta la entrada del campo. Estaba circundado por una gran prisión militar, con una verja con el lema «El trabajo te hace libre». Esa leyenda fue objeto de un cierto regocijo desdeñoso por parte de los prisioneros, pero nadie se atrevió a decir nada por miedo a que lo patearan.
Podía imaginar montones de cosas que te hacen libre, pero el trabajo no era una de ellas: después de cinco minutos en Dachau, la muerte parecía una opción mejor.
“Nos llevaron hasta una plaza abierta, que era una especie de plaza de armas, flanqueada al sur por un largo edificio con un tejado muy inclinado. Al norte, entre lo que parecían filas interminables de barracones de prisioneros, se extendía una amplia y recta calle bordeada de altos álamos. Se me cayó el alma a los pies cuando empecé a comprender la magnitud de la tarea que tenía frente a mí. Dachau era enorme. Podía llevarme meses encontrar a Mutschmann, y luego tenía que hacerme amigo suyo de forma tan convincente como para averiguar dónde había escondido los
“Dachau está situado a unos quince kilómetros al noroeste de Munich. Alguien en el tren me dijo que era el primer campo de concentración del Reich. Esto me pareció muy apropiado, dada la fama de Munich como cuna del nacionalsocialismo. Construido en torno a los restos de una antigua fábrica de explosivos, se levanta como una anomalía cerca de tierras de cultivo en el agradable campo bávaro. En realidad, el campo es lo único agradable en Baviera. La gente no lo es, con toda seguridad. Estaba seguro de que Dachau no iba a decepcionarme en ese aspecto ni en ningún otro. En Columbia Haus decían que Dachau era el modelo para los campos posteriores; que incluso había una escuela especial allí para preparar a los hombres de las SS para que fueran más brutales. No mentían.
Nos ayudaron a bajar de los vagones por medio de las botas y culatas de rifle habituales y nos llevaron hacia el este hasta la entrada del campo. Estaba circundado por una gran prisión militar, con una verja con el lema «El trabajo te hace libre». Esa leyenda fue objeto de un cierto regocijo desdeñoso por parte de los prisioneros, […]”

“Tenían una curiosa y diminuta sastrería en Dachau. Y una barbería. Encontré un bonito traje de confección a rayas, un par de zuecos, y luego fui a cortarme el pelo. Habría pedido que me pusieran un poco de brillantina, pero habrían tenido que tirarla al suelo. Las cosas empezaron a tener mejor aspecto cuando me dieron tres mantas, toda una mejora respecto a Columbia, y me asignaron a un barracón para arios. En él se alojaban ciento cincuenta hombres. Los de los judíos contenían tres veces más.
Lo que dicen es cierto: siempre hay alguien que está peor que uno mismo. Es decir, a menos que se tenga la desgracia de ser judío. La población judía de Dachau nunca fue numerosa, pero en todos los aspectos, los judíos eran los que peor estaban. Salvo, quizá, en los dudosos medios para conseguir la libertad. En un barracón ario la tasa de mortalidad era de uno por noche; en uno judío se acercaba a los siete u ocho.
“Dachau no era lugar para ser judío.
Por lo general, los prisioneros eran el reflejo de todo el espectro de oposición a los nazis, por no hablar de aquellos contra los que los nazis eran implacablemente hostiles. Había socialistas y comunistas, sindicalistas, jueces, abogados, doctores, maestros, oficiales del ejército, soldados republicanos de la guerra civil española, testigos de Jehová, francmasones, sacerdotes católicos, gitanos, judíos, espiritualistas, homosexuales, vagabundos, ladrones y asesinos. Con la excepción de algunos rusos y unos cuantos miembros del gabinete austriaco, todo el mundo en Dachau era alemán. Conocí un preso que era judío. Era también homosexual y, por si eso fuera poco, además era comunista. Eso significaba tres triángulos. No era que su suerte lo hubiera abandonado; era que se había largado a toda velocidad en una jodida moto.
Dos veces al día nos reunían en formación en la Appellplatz, y después de pasar lista venían los azotes de las Hindenburg Alms. Ataban a un hombre o una mujer a un bloque y le daban un promedio de veinticinco latigazos en el trasero desnudo. Vi cómo varios se cagaban durante el castigo. La primera vez sentí vergüenza, pero más tarde alguien me dijo que era la mejor manera de romper la concentración del hombre que manejaba el látigo.

“La formación era mi mejor oportunidad para mirar a los demás prisioneros. Llevaba un registro mental de los hombres que había eliminado, y al cabo de un mes había conseguido descartar a más de trescientos.
Nunca olvido una cara. Es una de las cosas que te hacen ser un buen poli, y una de las cosas que me habían llevado a incorporarme a la policía en primer lugar. Sólo que esta vez mi vida dependía de ello. Pero siempre llegaban nuevos para alterar mi metodología. Me sentía como Hércules tratando de limpiar la mierda de los establos de Anglas.”

“Para permanecer vivo es preciso primero morir un poco.
Poco después de mi llegada a Dachau me pusieron al mando de una brigada de judíos que construían un taller en el rincón noroeste del campo. Esto entrañaba llenar carretillas con rocas que pesaban hasta treinta kilos y empujarlas pendiente arriba para sacarlas de la cantera y llevarlas hasta el lugar de la construcción, una distancia de varios cientos de metros. No todos los SS en Dachau eran unos cabrones: algunos eran comparativamente moderados y se las arreglaban para hacer dinero con pequeños negocios paralelos, utilizando la mano de obra barata y el conjunto de conocimientos que proporcionaba el campo de tal forma que les interesaba no hacer trabajar a los prisioneros hasta matarlos. Pero los SS que supervisaban la construcción eran auténticos hijos de puta. En su mayoría campesinos bávaros, anteriormente en el paro, el suyo era un tipo de sadismo menos refinado que el practicado por sus homólogos urbanos de Columbia. Pero era igual de efectivo. […]”


Pasaje de: Kerr, Philip. “Violetas de marzo.” iBooks. 






ENLACES:




-JESSE OWENS. WIKIPEDIA.



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