jueves, 20 de marzo de 2014

TEMPESTADES METÁLICAS



“El verdor nuevo del bosque resplandecía en la mañana. Serpenteando por caminos ocultos nos dirigimos hacia un angosto barranco situado detrás de la primera línea. Nos habían comunicado que el 76.º Regimiento se lanzaría a un asalto, tras una preparación artillera de sólo veinte minutos, y que nosotros, que éramos la reserva, debíamos estar listos para intervenir. A las doce en punto inició nuestra artillería un violento cañoneo que producía múltiples ecos en los barrancos del bosque. Por vez primera escuchamos allí la palabra Trommelfeuer, «fuego de tambor», cargada de un sentido tan grave. Inactivos y excitados, permanecíamos sentados sobre nuestras mochilas. Un ordenanza de campaña se precipitó hacia el capitán de nuestra compañía. Palabras dichas a toda prisa.” (...)


“En la Grande Tranchée las tropas avanzaban a paso rápido. Los heridos se amontonaban al borde de la carretera; pedían agua. Prisioneros que portaban camillas caminaban jadeantes hacia la retaguardia. Ruidosamente pasaban al galope las baterías, atravesando el fuego. Las granadas apisonaban el blanco terreno a derecha y a izquierda; pesadas ramas caían al suelo. En medio del camino yacía muerto un caballo; tenía unas heridas gigantescas y a su lado humeaban sus intestinos. Entre aquellas imágenes grandiosas y sangrientas reinaba una jovialidad salvaje, inesperada. En un árbol estaba apoyado un hombre barbudo perteneciente a la Landwehr, la segunda reserva.
—¡Muchachos, a por ellos, que se escapan los franchutes!
Llegamos al reino de la infantería, que estaba revuelto por la lucha. Los disparos habían dejado pelados los árboles de la zona de donde había partido el ataque.” (...)

“. En trayectorias largas, netas, se aproximaban constantemente hacia nosotros, siseando, las balas; una especie de relámpagos lanzaba a lo alto, en remolinos, el suelo del claro del bosque. No pocas veces había oído yo delante de Orainville el chirriante sonido de flauta que producen las granadas de campaña; tampoco allí me pareció especialmente peligroso. El orden en que nuestra compañía, con las secciones desplegadas, se movía ahora sobre el terreno batido por los disparos producía, por el contrario, una sensación tranquilizadora; pensaba para mis adentros que aquel bautismo de fuego presentaba un aspecto más trivial del que había esperado. Con un extraño desconocimiento de los hechos volvía en redondo la cabeza para mirar con atención los blancos contra los que aquellas granadas podían ir dirigidas; no adivinaba que nosotros mismos éramos los objetivos contra los que con tanto ahínco se disparaba.
—¡Camilleros!
Teníamos nuestro primer muerto. Un balín de un shrapnel había desgarrado la carótida al fusilero Stölter. En un abrir y cerrar de ojos quedaron empapadas por completo las vendas de tres paquetes. El herido se desangró en pocos minutos. Cerca de nosotros estaban desenganchando en aquel momento dos cañones, que atraían hacia allí un fuego aún más nutrido. Un alférez de artillería andaba buscando heridos en el terreno situado delante de la trinchera; lo tiró al suelo una columna de vapor que se alzó ante él. Se levantó con lentitud y regresó hacia nosotros con una calma acentuada. Nuestros ojos brillaban al mirarlo.
Empezaba a oscurecer cuando recibimos la orden de seguir progresando.”

(...)

“Me desperté sobre una hierba que estaba húmeda del rocío. Las ráfagas de una ametralladora que pasaban zumbando por el aire nos obligaron a meternos precipitadamente otra vez en nuestro ramal de aproximación; allí ocupamos una posición francesa que había sido abandonada y que se encontraba en la linde del bosque. Un olor dulzón y un bulto que colgaba de la alambrada despertaron mi curiosidad. En medio de la niebla matinal salté fuera de la trinchera y me encontré ante el cadáver doblado sobre sí mismo de un francés. La carne putrefacta, parecida a la del pescado, brillaba con un color verdiblanco en el destrozado uniforme. Al darme la vuelta, retrocedí espantado; junto a mí se hallaba en cuclillas una figura. Estaba apoyada en un árbol, llevaba puesto el reluciente correaje francés y aún tenía a la espalda la mochila; ésta se hallaba cargada hasta arriba y una cazuela redonda le servía de coronamiento. Que no me las había con una persona viva me lo revelaron las vacías cuencas de sus ojos, así como los escasos mechones de pelo de su cráneo, el cual era de un color gris negro. Había allí otra figura que se encontraba sentada; la parte superior de su cuerpo estaba doblada hacia delante, sobre las piernas, y parecía como si acabara de derrumbarse. Alrededor yacían docenas de cadáveres putrefactos, calcificados, resecos como momias, petrificados en una siniestra danza macabra. Los franceses tuvieron que aguantar meses enteros junto a sus camaradas caídos, sin poder enterrarlos.”

Pasaje de: Jünger, Ernst. “Tempestades de acero.”

ENLACES:

-WIKIPEDIA.
-Desnitificando a Ernst Junger. Rebelión.

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