lunes, 2 de diciembre de 2013

Recuperando a Arturo Barea.




Hace un año apareció el siguiente artículo en EL PAÍS: Recuperando a Arturo Barea. En texto empieza así:

<<...Todo lo que queda de la vida de Arturo Barea, fallecido en Inglaterra en 1957, después de 18 años de exilio, y autor de la trilogía La forja de un rebelde, el relato más esclarecedor y sincero de los primeros 40 años del siglo XX español, está dentro de 13 cajas guardadas en una casa de Londres, que muy poca gente ha visto...>>

Arturo Barea fue un escritor tardío y que murió en el exilio, tras la Guerra Civil, como refleja otro artículo del mismo Diario: Los intelectuales que no llegaron a México. Vivieron momentos fundamentales de nuestra historia como refleja Elvira Lindo en Defensa de Madrid.


Aquí tienes un ejemplo de su escritura:

“Eran seis hermanos y todos se libraron de ser soldados, menos el más pequeño que era mi tío José. Entonces los soldados estaban ocho años en el cuartel. Cuando se marchó de quinto era, como todos, un patán que no sabía leer ni escribir. Como eran muchos hermanos, la familia era muy pobre y no comía más que los garbanzos con tocino, y éstos, los peores, porque los otros, los escogidos, se pagaban más. En el cuartel aprendió a leer y escribir; y mientras tanto se murieron sus padres y los hermanos trabajaron las tierras todos juntos y se casaron. Con las mujeres y los chicos, que empezaron a nacer en seguida, aunque el tío José les había dejado su parte de tierra, estaban todos muertos de hambre. En aquel tiempo, algunas veces, por no tener dinero para alquilar mulas y burros para la labranza, tiraban del arado los hombres y las mujeres. La tía Braulia ha tirado muchas veces. Mientras tanto, mi tío José que no pensaba volver a arar, se había hecho sargento y, cuando se licenció, se colocó en el Ministerio de la Guerra, porque tenía muy buena letra y sabía muchas cuentas. Empezó a ahorrar dinero para prestarlo a sus hermanos, que ya no tuvieron que pedir dinero prestado al usurero del pueblo, pagándole una peseta por cinco. Cuando recolectaban el trigo tampoco se lo vendían al usurero, sino que mi tío se encargaba de vendérselo en Madrid. Las ganancias se las repartían entre todos. Así pudieron comprar mulas y ya vivían bien. Después, cuando la guerra de Cuba, mi tío había prestado algún dinero a otros del pueblo y un día se presentó allí, reunió a todos los parientes y a los más viejos del pueblo, y les dijo que si le dejaban el trigo él se lo vendía a todos en Madrid para el ejército, mucho más caro que como se lo pagaba el usurero. Entonces se hicieron ricos y mi tío les dio dinero suficiente para que se compraran más tierras y más mulas. Así, la mitad de las tierras del pueblo eran de los hermanos de mi tío. Todos trabajaban bajo las órdenes del tío Hilario, pero mi tío era el que mandaba. La otra mitad de las tierras del pueblo eran de la otra gente del pueblo que estaba entrampada con el usurero.
El usurero es un pariente lejano, don Luis Bahía, que se marchó de niño del pueblo y después se hizo millonario con los jesuitas. Era su administrador y mi tío decía que él no tenía dinero,..."
Pasaje de: Barea, Arturo. “La forja de un rebelde.” iBooks. 
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